martes, 7 de julio de 2009

"El demonio de las armas" de Joseph H. Lewis (1950)


Hablar hace unos días de Joseph H. Lewis me recordó que hacía milenios que no volvía a ver la descomunal "El demonio de las armas", con diferencia la película más popular de Lewis. El film, ha gozado de un particular reconocimiento de público y sobre todo, de crítica, gracias a los revoltosillos señores de la "Nouvelle Vauge", empecinados en reinventar el cine que terminaron dándose cuenta de que la semilla de todo lo que ellos alardeaban se encontraba en el vapuleado sistema de estudios de Hollywood, un sistema que dicho sea de paso, terminó por ser redescubierto por ellos mismos, que años atrás, lo habían masacrado sin piedad.
Esto me recuerda una cuestión fundamental que lleva madurando en mi cabeza desde hace tiempo, que el germen del noventa por ciento de las genialidades que hoy día vemos, ya sea a través de movimientos vanguardistas, ya sea gracias a virguerías de modernillos de segunda, se encuentra en el cine clásico americano. Yo por esta razón, suelo ser muy prudente cuando la crítica se une y aplaude al unísono al movimiento Dogma o a Quentin Tarantino, porque en muchos de los casos, lo que estos hacen no es más que actualizar, de forma muy hábil, eso si, los hallazgos de cineastas del pasado.
Hay una única escena en "El demonio de las armas" que ya vale su peso en oro y que justifica por si sola, las garantías artísticas de este film de Lewis. Annie y Bart (dos bocetos de lo que años después serían Bonnie & Clyde según Arthur Penn y Warren Beatty) se disponen a robar un banco. La cámara de Lewis está situada en el asiento de atrás del coche, entre ambos personajes, y no se moverá de allí en todo el atraco. Bart sale del coche, desde ahí podemos ver como Annie contempla la llegada de un policía, entonces ella sale del coche para entretenerlo y la cámara de Lewis, en un movimiento asombroso para la época, se desplaza unos pasos aún dentro del coche, para encuadrar a Annie hablando con el policía y la puerta del banco, por la que saldrá Bart bolsa de dinero en mano. Ambos vuelven al coche, la cámara retoma su posición inicial y salen del pueblo. Un plano secuencia. Ni un corte. No hacía falta. Todo lo que había que decir está dicho, y lo que es más, lo que no se ha dicho se ha deducido. Sobresaliente (Aquí teneís el momento del robo).
Lo que más llama la atención de una escena como esta y que se extiende a todo el film y que es algo que también pudimos ver en "El fantasma invisible" es el dominio que Lewis tiene de la cámara, de la puesta en escena y del montaje en una época como los años 30, 40 y 50, años de bonanza del cine de Lewis. Algo menos vistoso que Alfred Hitchcock y también, con menos vista comercial, Lewis en realidad aportó tanto al cine como le permitió el encorsetado sistema de estudios de Hollywood. Su cine, hoy escondido en Dios sabe qué filmotecas a la espera de ser reeditado en DVD, revela sin género de dudas algo muy importante, la mente de un cineasta preocupado por contar una historia con una cámara sin menospreciar la psicología de sus personajes, como ocurre en "El demonio de las armas", fascinante película de acción y a la vez una apasionante digresión de un amor fatal encabezado por una femme fatal de altura que nada tiene que envidiar a la Barbara Stanwyck de "Perdición".
Una obra maestra absoluta.

6 comentarios:

Tomás Serrano dijo...

La escena es excelente. Intentaré volver a ver la película. Recuerdo que me gustó más la segunda vez.

Major Reisman dijo...

Buenas

Pues igual que Tomás. De hecho no recordaba la película hasta que he visto la escena.

Un saludo

Ramón Monedero dijo...

La película, fundamental, la escena imprescindible...

Durandarte dijo...

Pues aquí otro que suscribe esos adjetivos. Suelen ser habituales las revisiones laudatorias de géneros semienterrados.
La película es formidable, la escena, un prodigio de economía y talento narrativo. Pero si hay que quedarse con algo, el final entra por la puerta grande en la antología de la bruma y el deseo. Y hasta aquí podemos leer...

Saludos

P.

Antonio Rentero dijo...

Prodigioso.

Por cierto, otros directores habrían centrado la atención en el atraco en sí, en lugar de dejarnos al margen.

Esa conversión en "macguffin" de la consumación del propio hecho delictivo me pareció muy inteligente en "Misión imposible III", obra de mi cada vez más estimado JJ Abrams.

Si en las dos anteriores entregas el "tour de force" cuasi climático de la peli lo constituía el momento de entrar en la "fortaleza" y arrebatar el "tesoro", en la tercera asistimos a una elipsis sorprendente y cuando creemos que por fin vamos a entrar a ver qué pasa dentro, Tom Cruise sale "arrebatao" con el "tesoro" ya en su poder...

Ramón Monedero dijo...

Durandarte tienes toda la razón del mundo ese brumoso final, es de auténtica antología....
Y si Antonio, tengo que admitir que el momento en cuestión de "El demonio de las armas" me recordó levemente a la escena que citas de "Mission:Impossible III", salvando las distancias..., pero bueno, menos da una piedra...